viernes, 24 de agosto de 2007

Un buen gobierno

¿Qué permite evaluar un buen gobierno, más allá de las preferencias personales de cada uno? Se puede pasar revista a una serie de tópicos tradicionales en la política y diversas disciplinas relacionadas con el tema: conservación de la unidad del cuerpo político, creación de condiciones para el desarrollo, o para la libertad, mas particularmente el desarrollo económico, la provisión de infraestructura, el fomento de la cultura, etc. Sin embargo, ninguno de ellos permite explicar el por qué en algunos casos, incluso gobiernos exitosos en una o varias de estas áreas son calificados como "malos". El tema no pasa por liderazgos fuertes, como se ha sugerido de manera frecuente en el Chile de la última década, ni por claridad en un "proyecto país". La cuestión es mucho más sencilla: sea cual sea el modelo ofrecido por el fabricante, el producto que se espera de la usina de gobierno es uno solo: legitimidad. Un gobierno que logra producir legitimidad en su actuar, en sus propuestas, en sus medidas, es un buen gobierno. Da lo mismo cuáles sean éstas o aquél, si logra acoplarlos de tal manera a los valores y actitudes prevalecientes en los distintos grupos y roles de la población como para lograr la aceptación que conduce a este producto.
Obviamente, se trata de un producto sofisticado, ya que las formas y condiciones para su obtención no son homogéneas a través de la sociedad. En algunos casos no importará cuán bien se hayan hecho las cosas si el resultado es malo; pero en otros, el resultado mismo pasa a un segundo plano en consideración a los procedimientos utilizados.
El motivo de esta reflexión es mi percepción de que el gobierno carece de esta noción básica de cuál es el producto que debe ofrecer a la sociedad política, o, dicho en otra forma, que no repara en las demandas de legitimidad al momento de gobernar. Y es así como puede nombrar un consejo asesor presidencial sobre salario ético involucrando a representantes de diversos sectores en número relevante, con la sola excepción de aquellos... ¡concernidos por el problema! A la luz de este evento he dirigido la vista hacia lo que va corrido de la actual presidencia y constato que, efectivamente, su producción de legitimidad ha sido pobre. Aquí no es relevante que haya enfrentado más o menos conflictos: ellos pueden ser oportunidades para otras tantas soluciones que involucren aceptación por parte de la sociedad en los distintos niveles en que se involucra en cada uno de ellos. Sin embargo, estas oportunidades no se han aprovechado. La propuesta de un sueldo ético por parte del obispo Goic generó -salvo en una senadora que sabía mucho de economía, a costa de un claro déficit de sentido político en su actuar - un producto aceptable para una sociedad que, salvo por la pequeña fracción de quienes gozan de ella, esta agobiada, sin expresarlo claramente, por una indecente desigualdad en la distribución del ingreso. El gobierno toma esta propuesta y decide pulverizar este buen producto al interior de un consejo asesor, sin haber aprendido la lección de su homónimo en materia de educación.