viernes, 19 de diciembre de 2008

Corrupción y la metáfora adecuada

Quizás el mayor problema de la corrupción es que tendemos a apreciar nuestros comportamientos de manera tal que el concepto que manejamos de aquella siempre excluya a éstos. No solemos, por ejemplo, calificarnos de corruptos por el hecho de atravesar una calle teniendo el semáforo peatonal en rojo. Y el problema es que, precisamente, y aunque sea en un nivel muy básico, eso es corrupción. Cuando algo se corrompe es porque se echa a perder, cuando se contamina. La corrupción en el Estado es exactamente lo mismo,un desprecio por el derecho, con independencia de la forma y grados en que aparezca. Quizás la mejor metáfora sea una del campo informático; la corrupción del sistema no sólo implica la presencia de viruses, sino también de gusanos, troyanos, malware, spyware, etc. etc. No se trata entonces de hablar de corrupción sólo cuando existe la sospecha de malversación de fondos públicos, o del compromiso ilegítimo de intereses particulares en decisiones públicas, sino de todas las figuras que, a nivel particular o institucional, infectan y carcomen la trama del derecho y el ethos público.
Toda esta reflexión es provocada por el episodio de un senador de la República llamando a la subsecretaria de Carabineros para quejarse...¿por qué? Porque dos carabineros habían cumplido su deber, y le habían cursado una infracción por transitar a 139 km. por hora en la carretera. Ya es corrupción el que el senador hubiese pretendido eximirse de la aplicación de la ley por el hecho de detentar tal cargo; se acumula el item con la llamada a la subsecretaria. Pero lo que es casi increible, es que a los carabineros respectivos se les haya impuesto una sanción por este episodio. Cuando a aquellos encargados de aplicar la ley -dar eficacia al derecho, como dice la Constitución- se les sanciona precisamente por hacerlo (a pretexto de no mantener "la deferencia y cortesía debida a los parlamentarios"), puede decirse que la corrupción está llegando al corazón de la República y del principio de imperio de la ley.

3 comentarios:

  1. Un increíble caso, además, de parlamentario con "siete vidas" (políticas).

    Y un triste caso de "accountability".

    ResponderEliminar
  2. Pensé que iba a llevar el discurso para el lado de reproche a los particulares de ser corruptos, pero en verdad no me imaginé que estábamos todavía peor.
    No puedo negar en tales aspectos que también he sido corrupta al cruzar la calle con luz roja, es mas, recuerdo que he bromeado con alguien en decir "soy un delincuente" en el momento de cruzar. Pero creo que también eso hace la diferencia, que sin esas normas no pasaría nada, pero nos convertimos en corruptos al existir y eso es lo que mas me llama la atención con ese caso, a nadie tenemos que dejar de sancionar ya sea yo o el presidente es lo que hace que pierda de modo definitivo su efectividad.
    Que bueno que volvió al blog.

    ResponderEliminar
  3. El caso de Girardi es demasiado flagrante. Al menos hay elusión, luego fraude, al tratar de evitar una multa inequívocamente bien puesta. Hubo probablemente también algo vecino al tráfico de influencias, que es cercano a la corrupción.
    Pero tengo mis dudas en hacer de esta última un sinónimo (operativo) de la ilegalidad.

    ResponderEliminar